miércoles, 11 de septiembre de 2013

Espacios

De repente empezamos a vernos menos.
Después los silencios en el teléfono se hicieron más largos.
Eran tiempos difíciles y siempre estábamos ocupados, así que hasta las conversaciones por chat se hicieron espaciadas.

Un día escuché esa canción que solías tararear y me di cuenta de que llevábamos tres semanas sin hablar.

No logré sentir nada.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Amigos

Todos escribíamos.
Todos plantábamos marihuana.
Todos leíamos a Cortázar.
Todos andábamos en bicicleta.

Y nos odiábamos más de lo que cualquier otro podría habernos odiado jamás.

Alberto

Cuando me miras así, a través del humo de los cigarros, y musitas te quiero como si fuera la última vez que lo dices, yo sé muy bien que no es a mí a quien miras, que tus ojos lo acarician a él mientras vuelve a abandonar otra habitación sin ti.  

Tiempo

Había estado todos estos años muy segura de quererte. Pero entonces cometiste esa serie de errores insignificantes, detalles minúsculos como decir las una, dejar la luz del baño encendida o doblar la punta de la hoja de alguno de mis libros.
Lo más seguro es que algo se había trizado en mí hace tiempo y simplemente no me había dado cuenta, pero cuando me trajiste el té con tu alegría de siempre y me besaste la punta de la nariz, supe que había olvidado cómo, que ya no te iba a querer más. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Momentos

"Te quiero" le susurró, y aunque ella sabía que era una mentira y algunas veces eso la hiciera llorar, no pudo dejar de tomar su mano, darle un beso y sonreír. 
A veces me levanto temprano y salgo a caminar por la ciudad. A esa hora el aire es fresco, liviano, y la gente aún camina tranquila, como si todo ocurriera en otro lugar sin vagones de metro repletos ni tacos que no acaban nunca.

Algunas de esas veces me encuentro con alguna persona que me mira como a punto de sonreír. Y eso a mí, no sé por qué, siempre me da ganas de llorar.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Inserte título

Estaba su forma de inclinar el pie al salir de la cama por las mañanas, los pensamientos inconexos en los que se hundía mientras vertía el cereal sobre la leche fría, los partidos de fútbol que transmitían en la televisión los martes a las nueve, que desde niño había seguido religiosamente. La suya era una vida apacible, que transcurría por los días sin ningún sobresalto, como una tibia reiteración de una satisfacción ya casi borrosa.
Quizás se podría haber acusado una vaga sensación de vacío o soledad, una punzada extraña algunas tardes en que paseaba por el parque y desde lejos le parecía que los niños y adultos que proliferaban a su alrededor vivían en una absoluta comunión. Sin embargo, estaba claro que no era capaz de otra forma de vivir, y con cada paso que daba, la punzada se iba diluyendo en la tranquila alegría de residir en aquel lugar en donde siempre olía a tierra húmeda.
En suma era feliz, o al menos eso le parecía hasta el momento exacto en que le obligaban a levantar la vista y alejarse del brillo artificial de la pantalla, y debía arrastrarse hasta la bandeja que una persona sin rostro había dejado a través de una rendija. Entonces -pero la tortura en realidad duraba muy poco- se echaba a la boca la comida fría y rancia, haciendo lo posible por no respirar el aire denso que olía a encierro y podredumbre, y no mirar las cuatro paredes desnudas que solía ignorar veintitrés horas al día.
Después de eso, era solo cuestión de volver a acomodarse en su rincón y asegurar la conexión a la energía eléctrica -el único lujo posible- para retomar su trabajo en el jardín exactamente donde lo había dejado.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Una vez más la inútil tentativa de alcanzarte, correr tras de ti a través de túneles y calles interminables mientras tú avanzas sin sospecharme, sin siquiera interesarte en mi aliento contenido a tu espalda.
Es cierto que algunas veces he logrado cubrirte de olvido; ha habido para mí otras nucas, unas cuantas manos blanquísimas, dos o tres par de piernas suaves y alargadas que por un instante confundí con la más pura felicidad. Pero en todo eso descubría de golpe la mancha de lo que aún faltaba, una ausencia de tu risa o tus mechones anaranjados que acabaron ensuciando cada uno de mis intentos.
Y entonces he tenido que volver a lo de antes, trazar desde el principio rutas y estratagemas para alcanzar a poner el pie un poco desde tu lado, desde donde hablas y enseñas la punta de la nariz sin esperarme.
Solo que esta vez voy a llegar un poco más lejos. Ya no voy a contentarme con tu espalda casi al alcance de mis dedos, con tus cejas vislumbradas desde el otro lado de la calle. Porque esta vez será la última.
No sabrás cuándo va a suceder. Lo harás todo como siempre, hasta que un día, justo antes de virar a la izquierda en el camino de regreso a tu casa, sientas que alguien te tira bruscamente del abrigo. Y entonces caerás al suelo, y podré al fin ver cómo esa tranquilidad de tus ojos claros se diluye y se transforma en terror, mientras voy despojándote muy lento de cada cosa que te convierte en ti.
Gritarás cuando tire de tu cabello para alzarte, llorarás cuando vislumbres el brillo metálico de mi cuchillo, y te resistirás inútilmente cuando la sangre te abandone. Solo a partir de ese momento, parte por parte, podrás ser de verdad mía. Entonces te habré alcanzado, y seré al fin libre de ti.

Bombas

Lo oyó moverse a su lado, pero no abrió los ojos. Podía recitar de memoria la sucesión de movimientos a continuación; la forma en que se estiraría aún somnoliento, los siete minutos que tardaría en decidir qué ropa llevar, la curva de su espalda cuando se ponía los calcetines. Pero esta vez algo se quebró, porque abruptamente percibió una respiración junto a su oído izquierdo.
Abrió los ojos, para encontrarse otros justo frente a los suyos. Eran los ojos en los que se había mirado cada día durante los últimos veinte años. 
Por supuesto. 
Él se había dado cuenta. 
Entonces, sin que se acabara de comprenderlo, o quizás por haber comprendido hace demasiado tiempo, la rabia que creía nunca haber sentido la embargó, la inflamó y la quemó hasta que se volvió imposible contenerla o resistir un segundo más. Así que solo quedó hablar, pronunciar muy lento y muy claro la larga retahíla de los insultos que cuando niña le prohibieron decir, enunciarlos sin la menor pausa, escupirle las palabras en la cara cada vez más fuerte, empujarlo, enrostrarle cada momento de humillación, tirar los vasos al suelo, recurrir a expresiones que nunca había usado en su vida, y al final, cuando un cansancio sin lágrimas empezaba a vencerla, decir sin parpadear cuánto le alegraba que ninguno de sus hijos compartiera una sola gota de su asquerosa sangre.

sábado, 31 de agosto de 2013

Espacio

Para variar la vida está muy vacía. Intenta remediarlo llenándose de labores: el aseo, los informes, los correos, el perro, las compras, las cuentas.
El problema es que consigue que la casa esté limpia, que haya comida para todo un mes en la despensa, que la bandeja de correos esté vacía, que hasta el jefe comente su eficiencia.
Y entonces no queda nada.
Nada, salvo pensar.

sábado, 10 de agosto de 2013

sábado, 15 de junio de 2013

Exposición

Como siempre le gustó ser el que sacaba fotos en los cumpleaños, parecía natural que tarde o temprano rescatara la cámara que hace años había sido abandonada por su hijo en la bodega y empezara a usarla. Partió con tímidas capturas experimentales de las flores del jardín, pero su avidez de graffitis y perros callejeros lo forzó a ir mucho más lejos, y antes de darse cuenta ya tenía por costumbre llevar la cámara bajo el abrigo sin importar la razón que lo arrastrara fuera de casa.
La verdad es que se le daba bien; cuando las personas conseguían arrancarle la cámara de las manos y hurgar en la memoria, comentaban con un dejo de asombro que tenía buen instinto, lo que quizás era cierto considerando que disparar para él era más bien un impulso oscuro, un tirón en el vientre que lo obligaba a presionar el botón plateado antes de alcanzar a enterarse de adónde apuntaba el objetivo.
De ese modo acumuló fotografías de todo lo que pudiera merecer algún interés: lo cotidiano, lo triste, lo bello, lo invisible, lo asqueroso y lo perfecto. Con el tiempo, fue comprendiendo que no se trataba solo de una cuestión meramente cromática; era posible también retratar el olor a orina de las calles sucias, el calor falso del sol en otoño, la tristeza de la mujer solitaria que siempre lloraba acurrucada en una esquina de Curiñanca. O se podía, al menos, intentarlo.
Jamás revisaba lo que iba guardando en la memoria. No dudaba. No fotografiaba dos veces seguidas. No usaba la opción "borrar". Tampoco espiaba el montón que le entregaban en la tienda de impresión, ni se fijaba en lo que iba pegando en el gran muro de la sala de estar. Era un ritual breve, cargado de movimientos automáticos, que no le dejaba tiempo para detenerse en lo que iba llenando el espacio poco a poco en forma de rectángulos de 10 x 15 centímetros.
Solo al final se permitía usar el sillón vacío en el centro de la habitación y, sobre todo, ver. A su lado, en el sillón de la derecha, estaba Elena, inmóvil desde hace un año y siete meses. No le hablaba. No lo miraba. Apenas pestañeaba. Decían que no quedaba mucho tiempo. Pero él sabía que seguía ahí.
Así que, al final de todo, se sentaba junto a ella y por primera vez veía (veían) el mundo. 

jueves, 2 de mayo de 2013

Una vez te escribí un poema.
Era malísimo.
Creo que nunca había escrito algo tan malo en la vida, pero a pesar de eso no me dio vergüenza mostrártelo.

Tengo una teoría al respecto.
Tal vez fue porque el poema decía la verdad. Era real y tú lo sabrías; no te iba a importar que nunca me convirtiera en Bukowski.

Pero parece que esas cosas ni siquiera pasaron por tu mente.
Yo me di cuenta un poco tarde, cuando me devolviste la hoja con una sonrisa en los labios y, como si fuera parte de la misma conversación, me contaste que desde ayer en la tarde pololeabas con el Pablo.

martes, 30 de abril de 2013

La señora Saturnina no sabe muy bien qué pasa. Vagamente logra intuir que ciertas cosas no andan bien, que las plantas se ven mustias sin importar que les cante o les remueva la tierra, el gato ya no maúlla fuera de su puerta para que lo alimente, y el cartero abandona la correspondencia sin quedarse a comentar lo caro del pan o los males del gobierno.
A veces, espiando tras los visillos a uno de los tantos grupos de muchachos que por estos días corre entre gritos y humo, Saturnina se pregunta si el problema no será ella, si no estará haciendo algo mal que tenga al mundo así, tan como ofendido y lejano. Pero por más que piensa y piensa, aunque estudie detenidamente los vidrios trizados de la casas vecinas, las hojas de té, y los graffitis que proliferan en el barrio, no consigue situar la causa en ninguna parte. Y entonces no queda más que prepararse un mate y sentarse a ver televisión, porque seguro que desde ese lado saben todo lo que ella no.


Era uno de esos días muy malos, de esos en que la tostada se cae al suelo y uno se da cuenta demasiado tarde de que no hay café para la once. Trató de arreglarlo todo lo que pudo, recomponerlo con orden y limpieza, escuchar canciones bonitas y hasta sonreír, pero cuando encendió el fósforo y en vez de prender la cocina se quedó mirándolo, temblando con la llama ante los ojos, las cosas se le derrumbaron irremediablemente, y acabó llorando debajo del sonido de la aspiradora.
Al final se metió a la cama y se tapó todo lo que pudo, por si se ahogaba mientras dormía o los fantasmas también decidían atacarla.
Un día te compré un lápiz porque quería que me recordaras. Nunca te dije que yo me compré el otro, el que venía en blanco y negro, porque pensé que de lápiz a hilo rojo la distancia no podía ser insalvable.
Pero como siempre en estas cosas, me equivoqué; los lápices no eran muy buenos. El mío comenzó a fallar en los momentos más necesarios, y sin que yo me diera cuenta, acabó perdido en alguno de los cientos de rincones polvorientos que constantemente han poblado mi vida.
Con lo nuestro fue lo mismo: el trajín de los días y los atardeceres, el polvo, y de pronto nosotros tan perdidos, que cuando intentamos quitarnos el tiempo de encima, ya no había vuelta atrás.

lunes, 29 de abril de 2013

Siempre he estado esperando una respuesta de cierto tipo de personas, pero ellas responden de otras maneras, con otros tonos.
Sé que tú podrías habérmela dado.
Pero a ti no te pregunté.

martes, 2 de abril de 2013

Por las mañanas

Lo habitual es arrastrarse hasta la ducha sin siquiera abrir los ojos; al fin y al cabo, no lo necesita. Sus dedos ágiles y delgados realizan los movimientos de rutina, y pronto un chorro de agua caliente le golpea la cara sin compasión. Poco a poco, allí en medio del vapor, algo se le va desatando en el centro del pecho, algo que lentamente se transforma en lágrimas, sollozos, y unos minutos después en gritos, puñetazos contra la pared, espasmos sacudiéndolo todo mientras el agua cae y lo inunda, le enrojece las rodillas y le quema la punta de los pies.
Eventualmente, ya no queda más jabón ni champú que sirvan de excusa, y con otro movimiento el agua se detiene. Se queda unos segundos más ahí, ya eliminados los restos del llanto, oyendo el repiqueteo de las gotas contra la superficie de la bañera. Pronto lo recorre un escalofrío. Y solo en ese momento abre los ojos. 
Entonces toma la toalla, se seca concienzudamente el cuerpo, le sonríe al espejo, y le grita a su hermana que ya es tarde, que ya es tiempo de levantarse.

viernes, 29 de marzo de 2013

Táctica, estrategia

Con la táctica todo iba muy bien. Pero el fallo ha venido siempre en el momento definitivo, cuando de pronto nace un abismo en el que no se vislumbra ni un solo gramo de necesidad.

martes, 26 de marzo de 2013

Le dijo que si se quedaba allí todo iba a estar bien, que no tuviera miedo.
Pero no estuvo bien que él comenzara a llegar borracho por las noches. Tampoco la primera vez que le pegó, ni ninguna de las siguientes.
En realidad, nada estuvo bien en su vida desde el día en que cumplió siete años, cuando él se le acercó, y hablándole muy bajito, puso una mano fría entre sus piernas. 

lunes, 11 de febrero de 2013

Y quizás por eso

Lo miró largamente. Sus ojos expresaban el cariño de todos aquellos años repletos de historias y experiencias compartidas. Habían estado juntos desde que podían recordar, en los momentos más triviales y los más absurdos, y parecía natural que eso se prolongara por tanto tiempo como fuera posible. A esas alturas, ya no podían vivir el uno sin el otro.
-Eres un hijo de puta -escupió entonces ella, un día cualquiera.
-Lo sé -se escuchó como única respuesta. 
Alguien cerró la puerta. Ni siquiera se dieron la molestia de gritar, exigir explicaciones o dar portazos. Nadie lloró. Nadie pidió otra oportunidad. 

No se vieron más. Y la verdad es que pudieron vivir, a pesar de todo. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Cuestión de reciprocidad

Creyó que si se marchaba sin avisar ni dar explicaciones, él la echaría de menos. Por fin entendería cómo era vivir desde su lado, el de los espacios vacíos y fríos en la cama, el de las palabras que se quedan sin respuestas en el teléfono, el de nunca, nunca respirar hondo.
Así que se marchó, llevando cada una de las cosas que le pertenecían en aquella casa de la avenida Grecia, sin dejar ninguna señal que sirviera de explicación, ni el menor rastro que pudiera usarse para encontrarla después.

Él tardó seis meses en regresar, cuatro meses en comprender que ella lo había dejado, y otros dos en decidirse a hacer algo al respecto. Quince días más tarde, estaba de pie frente a la tercera puerta del sexto piso, en un edificio en el centro de la ciudad, que se abrió antes de que consiguiera reunir el valor suficiente para presionar el timbre.
Sus ojos se encontraron de golpe. Un pesado silencio los retuvo a ambos allí, junto al umbral.
-Penélope -pudo susurrar al fin-. He vuelto.
Ella parpadeó como si solo entonces hubiera despertado. Sin palabras desapareció al interior del departamento y regresó con una bolsa blanca. Se la tendió con una media sonrisa.
-Ten. Supongo que lo tejí para ti.
Le dedicó unos segundos más, solo por si acaso, pero hace tiempo que ella había dejado de esperar. No había mucho más que decir, así que se encogió de hombros y, con un gesto de despedida, cerró la puerta.
Ulises consideró volver a tocar el timbre, y decirle la verdad; que estaba enamorado de ella, que la necesitaba, que simplemente se había dado cuenta demasiado tarde. Y entonces vio el papel escrito a mano ahí, adherido al plástico blanco.

Acabo de recibir una oferta de trabajo en Italia. Acepté. Quizás un día vuelva. Si quieres esperar, en la bolsa hay palillos y lana. Dicen que hay buenos tutoriales en youtube. 
Cariños

Penélope. 

domingo, 20 de enero de 2013


Lo que ocurre es que pensé que iba a escribir un poco de verdad, y en cambio solo obtuve estrellas de colores derramadas en mi hoja en blanco.
Cuando dijeron "economía del lenguaje", no se referían a esto.