lunes, 11 de febrero de 2013

Y quizás por eso

Lo miró largamente. Sus ojos expresaban el cariño de todos aquellos años repletos de historias y experiencias compartidas. Habían estado juntos desde que podían recordar, en los momentos más triviales y los más absurdos, y parecía natural que eso se prolongara por tanto tiempo como fuera posible. A esas alturas, ya no podían vivir el uno sin el otro.
-Eres un hijo de puta -escupió entonces ella, un día cualquiera.
-Lo sé -se escuchó como única respuesta. 
Alguien cerró la puerta. Ni siquiera se dieron la molestia de gritar, exigir explicaciones o dar portazos. Nadie lloró. Nadie pidió otra oportunidad. 

No se vieron más. Y la verdad es que pudieron vivir, a pesar de todo. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Cuestión de reciprocidad

Creyó que si se marchaba sin avisar ni dar explicaciones, él la echaría de menos. Por fin entendería cómo era vivir desde su lado, el de los espacios vacíos y fríos en la cama, el de las palabras que se quedan sin respuestas en el teléfono, el de nunca, nunca respirar hondo.
Así que se marchó, llevando cada una de las cosas que le pertenecían en aquella casa de la avenida Grecia, sin dejar ninguna señal que sirviera de explicación, ni el menor rastro que pudiera usarse para encontrarla después.

Él tardó seis meses en regresar, cuatro meses en comprender que ella lo había dejado, y otros dos en decidirse a hacer algo al respecto. Quince días más tarde, estaba de pie frente a la tercera puerta del sexto piso, en un edificio en el centro de la ciudad, que se abrió antes de que consiguiera reunir el valor suficiente para presionar el timbre.
Sus ojos se encontraron de golpe. Un pesado silencio los retuvo a ambos allí, junto al umbral.
-Penélope -pudo susurrar al fin-. He vuelto.
Ella parpadeó como si solo entonces hubiera despertado. Sin palabras desapareció al interior del departamento y regresó con una bolsa blanca. Se la tendió con una media sonrisa.
-Ten. Supongo que lo tejí para ti.
Le dedicó unos segundos más, solo por si acaso, pero hace tiempo que ella había dejado de esperar. No había mucho más que decir, así que se encogió de hombros y, con un gesto de despedida, cerró la puerta.
Ulises consideró volver a tocar el timbre, y decirle la verdad; que estaba enamorado de ella, que la necesitaba, que simplemente se había dado cuenta demasiado tarde. Y entonces vio el papel escrito a mano ahí, adherido al plástico blanco.

Acabo de recibir una oferta de trabajo en Italia. Acepté. Quizás un día vuelva. Si quieres esperar, en la bolsa hay palillos y lana. Dicen que hay buenos tutoriales en youtube. 
Cariños

Penélope.