La señora Saturnina no sabe muy bien qué pasa. Vagamente logra intuir que ciertas cosas no andan bien, que las plantas se ven mustias sin importar que les cante o les remueva la tierra, el gato ya no maúlla fuera de su puerta para que lo alimente, y el cartero abandona la correspondencia sin quedarse a comentar lo caro del pan o los males del gobierno.
A veces, espiando tras los visillos a uno de los tantos grupos de muchachos que por estos días corre entre gritos y humo, Saturnina se pregunta si el problema no será ella, si no estará haciendo algo mal que tenga al mundo así, tan como ofendido y lejano. Pero por más que piensa y piensa, aunque estudie detenidamente los vidrios trizados de la casas vecinas, las hojas de té, y los graffitis que proliferan en el barrio, no consigue situar la causa en ninguna parte. Y entonces no queda más que prepararse un mate y sentarse a ver televisión, porque seguro que desde ese lado saben todo lo que ella no.
A veces, espiando tras los visillos a uno de los tantos grupos de muchachos que por estos días corre entre gritos y humo, Saturnina se pregunta si el problema no será ella, si no estará haciendo algo mal que tenga al mundo así, tan como ofendido y lejano. Pero por más que piensa y piensa, aunque estudie detenidamente los vidrios trizados de la casas vecinas, las hojas de té, y los graffitis que proliferan en el barrio, no consigue situar la causa en ninguna parte. Y entonces no queda más que prepararse un mate y sentarse a ver televisión, porque seguro que desde ese lado saben todo lo que ella no.
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