domingo, 1 de septiembre de 2013

Una vez más la inútil tentativa de alcanzarte, correr tras de ti a través de túneles y calles interminables mientras tú avanzas sin sospecharme, sin siquiera interesarte en mi aliento contenido a tu espalda.
Es cierto que algunas veces he logrado cubrirte de olvido; ha habido para mí otras nucas, unas cuantas manos blanquísimas, dos o tres par de piernas suaves y alargadas que por un instante confundí con la más pura felicidad. Pero en todo eso descubría de golpe la mancha de lo que aún faltaba, una ausencia de tu risa o tus mechones anaranjados que acabaron ensuciando cada uno de mis intentos.
Y entonces he tenido que volver a lo de antes, trazar desde el principio rutas y estratagemas para alcanzar a poner el pie un poco desde tu lado, desde donde hablas y enseñas la punta de la nariz sin esperarme.
Solo que esta vez voy a llegar un poco más lejos. Ya no voy a contentarme con tu espalda casi al alcance de mis dedos, con tus cejas vislumbradas desde el otro lado de la calle. Porque esta vez será la última.
No sabrás cuándo va a suceder. Lo harás todo como siempre, hasta que un día, justo antes de virar a la izquierda en el camino de regreso a tu casa, sientas que alguien te tira bruscamente del abrigo. Y entonces caerás al suelo, y podré al fin ver cómo esa tranquilidad de tus ojos claros se diluye y se transforma en terror, mientras voy despojándote muy lento de cada cosa que te convierte en ti.
Gritarás cuando tire de tu cabello para alzarte, llorarás cuando vislumbres el brillo metálico de mi cuchillo, y te resistirás inútilmente cuando la sangre te abandone. Solo a partir de ese momento, parte por parte, podrás ser de verdad mía. Entonces te habré alcanzado, y seré al fin libre de ti.

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