jueves, 23 de febrero de 2012

Concierto

Y cuando ya comenzaba la última canción, justo al centro de la masa humana que no dejaba de saltar y moverse al ritmo de la guitarra, la batería y el bajo, sus manos se encontraron. Nada importó mucho después de eso.

sábado, 18 de febrero de 2012

Para su desgracia, el día de su cumpleaños mucha gente le preguntó por el paradero de su hermano, y a todos respondió con aire ofendido que no tenía la menor idea, porque el ingrato no se había molestado en saludarlo ni contestar el teléfono aquel día ni los nueve anteriores. Lo hizo sin parpadear ni una vez y sin sudar demasiado, reprimiendo el impulso de voltear hacia el jardín, en donde los girasoles plantados hace once días exactos ya empezaban a brotar, y pronto poblarían el lugar para su regocijo y distracción de todos los demás.
Tenía muy claro que nadie iba a entender lo difícil que era tener un hermano gemelo que siempre lo había superado en todo, una versión mejorada de sí mismo que no había dejado de hacerle sentir ningún día de su vida que no era más que la mala copia, el segundo. Lo lógico en ese caso era deshacerse de él, eso quedaba más que claro, pero en un arranque de genialidad había decidido deshacerse de sí mismo, dejar morir a la mala copia y quedarse con la vida del otro, el original. Así que ahí estaba, con un bigote recién estrenado, celebrando su cumpleaños -al fin solamente su cumpleaños- en esa casa perfecta, mirando un poco nerviosamente los girasoles que apenas empezaban a crecer en el jardín.

Feliz

Todos lo vieron abrir la puerta de la casa que no era suya con un juego de llaves que no era suyo, adornando el momento con una cortés sonrisa que, como todo lo demás, no era suya.
Unos cuantos se preguntaron si debían llevar a las autoridades o al menos llamar a la puerta para exigir una explicación, pero la verdad es que el engaño había resultado tan lamentable, que todos comprendieron que se trataba del último recurso de un hombre desesperado. Por eso, movidos por la lástima, acudieron en masa a pedirle azúcar, regalarle postres o hablarle del tiempo. Él lo agradecía todo con una sonrisa nerviosa, los ojos brillantes y el pecho lleno de orgullo, y a veces hasta derramaba un par de lágrimas cuando alguien se quedaba a tomar la segunda taza de café.