lunes, 26 de diciembre de 2011

Bastidores

Ese día, el mundo era totalmente blanco. No se trataba solo de las nubes; algo invisible se había ido adhiriendo a las partículas y había terminado calándose en todos lados sin que nadie se diera realmente cuenta. Se veía blanco, se respiraba blanco, se tocaba blanco, y algunas personas entraron en un sopor que seguramente los estudiosos también describirían como blanco.
Sin embargo, el color aún se resistía en algunas partes, y ella, a falta de algo mejor que hacer con su tarde, tomó la paleta de acuarelas de veinticuatro colores, rescató su pincel favorito del montón, y salió a la calle a pintar el cuadro que siempre quiso ver desde su ventana. Cuando cerró la puerta de su casa y vio lo que ocurría a su alrededor, sonrió.
Era una suerte que a todos los artistas de su barrio les gustara tanto Dalí.

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