Llevaba horas sentada en los últimos peldaños de la escalera, con los ojos insomnes anclados a la puerta y un ramo de flores azules en el regazo. Los rayos del sol matutino se filtraban por la cortina que ella aún no abría, porque tal vez si no se movía, si no cambiaba nada a su alrededor, el tiempo dejaría de avanzar hacia el final inminente, que ahora se precipitaba en forma de mujer llevando una maleta roja por la escalera. Hacia ella, avanzaba hacia ella. Pero lo hacía solo para alejarse de una sola vez y para siempre.
Por un segundo sus miradas se encontraron. Había algo entre disculpa y desafío en sus ojos verdes, y pensó que en los suyos debía haber algo que se parecía demasiado a la resignación.
-¿Te acuerdas? -preguntó finalmente, en un susurro, señalando las flores azules-. Me las encontré anoche. Son... las del principio.
-Me acuerdo.
La mujer dejó la maleta a escasa distancia de la puerta, y tomó una chaqueta.
-Claro que me acuerdo -repitió, dando unos pasos hacia ella, que seguía sentada en los peldaños, incapaz de ponerse de pie. Le acarició la mejilla con la yema de los dedos, un gesto dulce y triste al mismo tiempo, y sonrió con algo de amargura -. Lo siento, sabes que es así. Pero tratamos y...
-Lo sé.
Se miraron en silencio una vez más.
¿Cuándo habían dejado de amarse? Se habían prometido amor eterno una y mil veces, habían inventado castillos y dragones juntas, pero ahí estaban ahora, mirándose la una a la otra sin saber muy bien qué decir. ¿En qué momento todo se había convertido en una miserable costumbre?
-Voy a estar un poco perdida sin ti, ¿sabes?
La mujer se agachó frente a ella, hasta quedar a su altura.
-Sé lo que estás pensando. Estás pensando en todo lo que creímos y creamos, en cómo ahora no hay nada... Fuimos buenas, bonita. Esto fue real. Pero al final resultó que estábamos equivocadas, y el amor no nos duró para siempre. Si me quedara, solo nos haría sufrir a las dos... y no puedo hacernos eso. No puedo hacerte eso.
Suspiró, y ambas se pusieron de pie. La del ramo tomó una flor, y se la entregó.
-Para que no dejes de acordarte, hagas lo que hagas de tu vida.
-No te preocupes -musitó-, sabes que no olvido.
Y eso sí, era verdad.
La despedida fue sencilla. No hubo lágrimas ni discursos, no hubo tragedia... Fue un final, simplemente.
La mujer tomó su maleta, y tras una última mirada abrió al fin la puerta. Con todo el valor que pudo reunir, dio un paso decisivo hacia el exterior. No podía arrepentirse. No podía pensarlo dos veces... Así que se marchó.
Ella a su vez se quedó contemplando la puerta, reviviendo los últimos minutos, al tiempo que digería su nueva situación. Estiró sus músculos, un tanto acalambrados por las horas sentada en los peldaños, y abrió las cortinas. Lo pensó mejor, y también abrió las ventanas. Ya no había que luchar para detener el tiempo.
La luz llenó todo el lugar.
El día empezaba. Y ella misma, de cierto modo, también estaba empezando en ese instante.
Por un segundo sus miradas se encontraron. Había algo entre disculpa y desafío en sus ojos verdes, y pensó que en los suyos debía haber algo que se parecía demasiado a la resignación.
-¿Te acuerdas? -preguntó finalmente, en un susurro, señalando las flores azules-. Me las encontré anoche. Son... las del principio.
-Me acuerdo.
La mujer dejó la maleta a escasa distancia de la puerta, y tomó una chaqueta.
-Claro que me acuerdo -repitió, dando unos pasos hacia ella, que seguía sentada en los peldaños, incapaz de ponerse de pie. Le acarició la mejilla con la yema de los dedos, un gesto dulce y triste al mismo tiempo, y sonrió con algo de amargura -. Lo siento, sabes que es así. Pero tratamos y...
-Lo sé.
Se miraron en silencio una vez más.
¿Cuándo habían dejado de amarse? Se habían prometido amor eterno una y mil veces, habían inventado castillos y dragones juntas, pero ahí estaban ahora, mirándose la una a la otra sin saber muy bien qué decir. ¿En qué momento todo se había convertido en una miserable costumbre?
-Voy a estar un poco perdida sin ti, ¿sabes?
La mujer se agachó frente a ella, hasta quedar a su altura.
-Sé lo que estás pensando. Estás pensando en todo lo que creímos y creamos, en cómo ahora no hay nada... Fuimos buenas, bonita. Esto fue real. Pero al final resultó que estábamos equivocadas, y el amor no nos duró para siempre. Si me quedara, solo nos haría sufrir a las dos... y no puedo hacernos eso. No puedo hacerte eso.
Suspiró, y ambas se pusieron de pie. La del ramo tomó una flor, y se la entregó.
-Para que no dejes de acordarte, hagas lo que hagas de tu vida.
-No te preocupes -musitó-, sabes que no olvido.
Y eso sí, era verdad.
La despedida fue sencilla. No hubo lágrimas ni discursos, no hubo tragedia... Fue un final, simplemente.
La mujer tomó su maleta, y tras una última mirada abrió al fin la puerta. Con todo el valor que pudo reunir, dio un paso decisivo hacia el exterior. No podía arrepentirse. No podía pensarlo dos veces... Así que se marchó.
Ella a su vez se quedó contemplando la puerta, reviviendo los últimos minutos, al tiempo que digería su nueva situación. Estiró sus músculos, un tanto acalambrados por las horas sentada en los peldaños, y abrió las cortinas. Lo pensó mejor, y también abrió las ventanas. Ya no había que luchar para detener el tiempo.
La luz llenó todo el lugar.
El día empezaba. Y ella misma, de cierto modo, también estaba empezando en ese instante.
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