viernes, 25 de noviembre de 2011

Empezó como unas cuantas gotas invisibles, pero con los días, sin que nos diéramos cuenta, el agua fue avanzando, ganando su terreno centímetro a centímetro.
Cuando se hizo obvio, el daño ya estaba hecho. Agua que venía de ninguna parte, entre las plantas, y hasta en la aspiradora. Agua en las cerámicas, en los espacios, en todos los rincones. Y lo peor es que lo había planeado todo tan bien, que no pudimos rastrearla para evitar que viniera el resto.
Lo que no sabíamos, es que esa no era más que una maniobra de distracción. Fue un ensayo, una prueba, y un descanso, pero el ataque no era en contra de nosotros.
Mis vecinos fueron las verdaderas víctimas. Nadie podría haberles advertido lo que iba a suceder esa mañana, cuando se levantaran a la hora de siempre y se encontraron con medio departamento bajo el agua. Los peluches, los libros y las revistas flotaban inertes, mientras ese líquido transparente lo barría todo a su paso, ya sin disimulo, ni respeto alguno, concretando por fin su venganza.
Nunca pudimos entender muy bien qué sucedió, pero no nos sorprendimos cuando, una semana después, el departamento apareció absolutamente vacío. Se fueron el agua, los vecinos y hasta los colores.
En realidad, nosotros nos alegramos. Tenían los peores gustos musicales y hacían demasiadas reuniones familiares.
Así que nos declaramos pro-agua y desde entonces somos unos comprometidos ambientalistas.

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