Se conocieron en el teatro. Semana tras semana una jugaba a no ser ella en el escenario, y la otra interpretaba el rol de la atenta espectadora. Se miraban a veces, como sin querer, un brillo en los ojos que podía deberse a la emoción del drama, una sonrisa que podía ser perfectamente parte del personaje, y siempre en medio la línea invisible que las separaba.
A pesar de eso, para ellas se convirtió en una rutina secreta. La mayoría de las veces Cristina se sentaba en la segunda fila, justo al centro, y Daniela se las arreglaba para recitarle palabras de amor sin que nadie más se diera cuenta. Cuando Cristina se retrasaba, Daniela no podía dejar de buscarla entre la multitud, con una ansiedad mal disimulada.
Un día, no se presentó. Cristina fue incapaz de prestar atención a la trama de la obra, conteniendo el aliento cada vez que la escena cambiaba con la entrada o salida de algún personaje, o algún espectador se aclaraba la garganta o se movía más de lo común. Quizás hubiera enfermado, quizás estuviera allí, en primera fila o tras bambalinas.
No podía haber desaparecido, no así, se dijo cuando al fin abandonó el teatro, varios minutos después de que el último espectador dejó el lugar. Caminó un par de metros por la acera vacía, absolutamente absorta en sus especulaciones, hasta que algo la detuvo.
-Pensé que hoy no habías venido -oyó a su espalda. Aquella voz suave y elegante, que modulaba las palabras a la perfección, era imposible de olvidar. Y efectivamente, su dueña estaba allí, apoyada en el muro, tan cerca que habría podido tocarla-. Pero no podía marcharme sin estar segura...
-No estabas en el escenario -reclamó Cristina cuando al fin consiguió salir de su estupor. Le sorprendía lo fácil que resultaba hablarle por sobre la línea invisible, a esa mujer a la que en realidad no conocía y con quien no había intercambiado más que miradas. Por fin las dos actuaban en el mismo escenario, para el mismo público, a un mismo tiempo-. Te esperé, te busqué, y no estabas.
-Lo siento. Necesitaba la noche para hacer algo importante.
-Ah, sí?- inquirió, con una vaga sensación de vértigo. ¿Y si todo era un malentendido? ¿Y si solo habían sido ensoñaciones? Se aclaró la garganta, tratando de conservar la calma-. ¿Y qué era eso?
Daniela sonrió, leyendo la incertidumbre en las facciones de la chica.
-Buscarte -dijo, al tiempo que cruzaba la corta distancia que las separaba con un par de pasos. Su sonrisa se hizo más brillante, y se acercó un poco más-. Y si me dejas, besarte...
A pesar de eso, para ellas se convirtió en una rutina secreta. La mayoría de las veces Cristina se sentaba en la segunda fila, justo al centro, y Daniela se las arreglaba para recitarle palabras de amor sin que nadie más se diera cuenta. Cuando Cristina se retrasaba, Daniela no podía dejar de buscarla entre la multitud, con una ansiedad mal disimulada.
Un día, no se presentó. Cristina fue incapaz de prestar atención a la trama de la obra, conteniendo el aliento cada vez que la escena cambiaba con la entrada o salida de algún personaje, o algún espectador se aclaraba la garganta o se movía más de lo común. Quizás hubiera enfermado, quizás estuviera allí, en primera fila o tras bambalinas.
No podía haber desaparecido, no así, se dijo cuando al fin abandonó el teatro, varios minutos después de que el último espectador dejó el lugar. Caminó un par de metros por la acera vacía, absolutamente absorta en sus especulaciones, hasta que algo la detuvo.
-Pensé que hoy no habías venido -oyó a su espalda. Aquella voz suave y elegante, que modulaba las palabras a la perfección, era imposible de olvidar. Y efectivamente, su dueña estaba allí, apoyada en el muro, tan cerca que habría podido tocarla-. Pero no podía marcharme sin estar segura...
-No estabas en el escenario -reclamó Cristina cuando al fin consiguió salir de su estupor. Le sorprendía lo fácil que resultaba hablarle por sobre la línea invisible, a esa mujer a la que en realidad no conocía y con quien no había intercambiado más que miradas. Por fin las dos actuaban en el mismo escenario, para el mismo público, a un mismo tiempo-. Te esperé, te busqué, y no estabas.
-Lo siento. Necesitaba la noche para hacer algo importante.
-Ah, sí?- inquirió, con una vaga sensación de vértigo. ¿Y si todo era un malentendido? ¿Y si solo habían sido ensoñaciones? Se aclaró la garganta, tratando de conservar la calma-. ¿Y qué era eso?
Daniela sonrió, leyendo la incertidumbre en las facciones de la chica.
-Buscarte -dijo, al tiempo que cruzaba la corta distancia que las separaba con un par de pasos. Su sonrisa se hizo más brillante, y se acercó un poco más-. Y si me dejas, besarte...