sábado, 26 de mayo de 2012

Superstición

Quizás el error fue elegir el vestido naranjo, piensa mientras hunde el zapato en una poza de agua por tercera vez aquella mañana, y la lluvia salpica la versión oficial del informe que había acabado a duras penas hace tres horas exactas. En el trabajo, la jefa le grita un poco y un torpe compañero derrama café en su libro favorito. El torpe compañero, lleno de culpa, intenta ayudarla y consigue además tirar el arroz con leche -gran tesoro del día- al suelo.
Se crispa un poco cuando descubre que ha dejado la billetera en casa, pero el torpe compañero, solícito, ofrece invitarla a almorzar, a lo que ella acepta con desconfianza, porque uno no puede fiarse de alguien que anda por ahí tirando el arroz con leche de otros, y ese día todo está a punto de salir mal. No se sorprende particularmente cuando tira la sal al mover el brazo derecho ni cuando le traen el plato equivocado por segunda vez, pero sí un poco cuando descubre que el compañero se llama Javier, ha llegado hace un mes a la ciudad después de un tiempo recorriendo el mundo, adora el queso derretido y no soporta el olor a vainilla. La sorpresa es aún mayor cuando descubren que viven muy cerca, y antes de meditarlo ya han pedido un café latte cada uno y se acomodan un poco mejor en sus sillas.
La tarde avanza y la jefa le grita con ímpetu renovado; el sistema colapsa y reciben decenas de llamadas de clientes furiosos, pero al menos está ahí Javier, aún torpe mientras le explica la situación a una señora que no deja de gritar al teléfono, y derrama más café por el nerviosismo y quizás porque acaba de sonreírle, se ensucia el pantalón y la situación resulta ser más bien cómica. 
El día acaba y toda la ciudad parece estar allí en el metro. Reciben empujones, los trenes se marchan dejándolos en el andén, la hora avanza, putean un par de veces, miran el reloj, y por fin logran subirse, todo eso en plural y rosándose las manos como sin querer. Al despedirse, Javier comenta como de pasada lo bonita que se ve con ese vestido naranjo, y que tal vez sería una buena idea salir a tomar algo el viernes después del trabajo o el sábado. Es así como descubre que ha dejado la agenda en la oficina, y él el celular, pero apenas importa porque de cualquier modo se verán al día siguiente. 
Contenta por el inesperado giro de los acontecimientos, ya nada parecidos a los previstos al escoger el vestido naranjo por la mañana, camina liviana y sin temor hacia su hogar. Al vislumbrar al gato negro frente a ella, simplemente ríe y lo acaricia. Incluso constata que tiene suficiente espacio para él dentro de casa, y cuando nota que sus llaves no están dentro de su cartera, se encoge de hombros y se alegra de que Javier le haya explicado tan bien cómo llegar a su departamento desde allí. Porque seguro que a él también le gustan los gatos negros y ahora estará sentado solo junto al conserje, un poco triste y avergonzado mientras espera la llegada del cerrajero que, claro está, no piensa apresurarse por nada del mundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario