Al principio eran simplemente ganas de conocerla. Así que me fui inventando metas, pequeños escalones o pasos hacia algo, anda tú a saber qué. Primero momentos, conversaciones, que me contara alguna cosa, y poco a poco ir sabiendo minucias sobre su vida, detalles más o menos insignificantes que para mí constituían siempre una victoria, mientras íbamos instaurando una especie de convergencia que aún ahora no deja de sorprenderme, una pequeña rutina, infidencias, risas.
Me parece que puedo considerar entre mis logros el ser un poco parte de su vida, algo más que una cara invisible a la que se saluda alegremente algunos días en algunos pasillos y después se olvida. Creo que fui un poco más que eso, que incluso notó mi ausencia un par de veces los martes y alguna palabra al aire la hizo pensar en mí.
El problema quizás estuvo en que caí en mi propio juego, que en medio de todo eso se sumaron a las ganas de conocerla la esperanza de otras cosas, tomarle una mano o un brazo, tocarla de alguna manera aunque nunca fuera con las manos, esperanza de bancas, parques y cines y largas conversaciones en días de otoño que no sucedieron jamás.
Y es ahí en donde fracasé, cuando los escalones se acabaron y no hubo nada más, ninguna nueva meta que inventar, porque no me estaba permitido llegar más arriba. Ella no se enamoró de mí. Esa es la verdad, simplemente ella no se enamoró de mí. Y a pesar de eso me siento como si hubiera ganado algo, una cosa que no comprendo pero que llevo aquí en el pecho, tal vez una medalla en reconocimiento de algo que no existe o un bonito premio de consuelo.
Y es ahí en donde fracasé, cuando los escalones se acabaron y no hubo nada más, ninguna nueva meta que inventar, porque no me estaba permitido llegar más arriba. Ella no se enamoró de mí. Esa es la verdad, simplemente ella no se enamoró de mí. Y a pesar de eso me siento como si hubiera ganado algo, una cosa que no comprendo pero que llevo aquí en el pecho, tal vez una medalla en reconocimiento de algo que no existe o un bonito premio de consuelo.
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