Y mientras veía la lluvia caer, amarrado como tantos días a la ventana, pensó en ella con algo de remordimiento. Trató inútilmente de hundirse en su chaleco favorito y el pan con mantequilla, sepultarla bajo el recuerdo de dos libros nuevos que lo llamaban desde el escritorio, el partido del sábado o la inminente entrega del proyecto. Pero nada de eso funcionó, y comenzó a desesperarse porque tenía un grito enterrado en el pecho, porque hacía frío y llovía y pensaba en ella, porque no había electricidad y no podía ni prepararse un té, porque el único que se ahogaba allí era él, porque la injusticia del mundo y la mala distribución de la riqueza, y todo convirtiéndose en un solo grito que no le salía del pecho, acumulándose en ese rincón sin salida, y además el gobierno, explícame; así que se acercó un poco más a la ventana para ver mejor la lluvia, a ver si podía tocarla, y ella, ella, y la gente en la calle a la que nada le importaba, míralos, acercarse un poco más y estirarse para alcanzarlos también a ellos, y entonces todo está mal, explícame por qué, Dios, por la mierda, explícame por qué, por qué ella, por qué por qué y entonces darse impulso como siempre supo que lo haría y por fin el grito, grande, muy grande y desde el pecho, uno solo, la única pregunta, y el cemento de golpe como una respuesta.
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