-Ojalá nunca lo hubieras intentado- pronunció con sequedad, de pie junto a la puerta, ya vestida y muy erguida, a pesar de la mochila enorme hiriéndole la espalda.
La mujer la miró largamente, muy pálida, sin parpadear. Luego volteó y se dedicó a lavar y secar platos, uno por uno, con movimientos demasiado medidos, por diez minutos enteros. Buscó algo en el bolsillo del pantalón, y le tendió cinco billetes en un gesto que significaba tan poco como el beso de buenas noches que le había dado cada noche antes de dormir durante veinte años.
-Ojalá.
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