sábado, 26 de mayo de 2012

Pucha

-Te quiero -le dijo por fin, después de años de silencio. Se lo dijo allí, desnuda en la cama, con un aleteo de golondrina en el pecho y algo como la felicidad brillándole en la piel. Pronunció esas palabras porque eran las únicas que lo resumían todo, porque decir París, golondrina o lluvia no hubiera resultado comprensible, pese a que en el fondo se trataba de eso, te quiero y golondrina.
-Pucha -dijo él, tensándose entre sus brazos-. Pucha, el trabajo de mañana, lo había olvidado. Pucha -repitió absurdamente, ya vestido, recogiendo sus cosas desperdigadas por el suelo a toda velocidad y contando unas monedas-. Te dejo lo del taxi.
Cerró la puerta muy fuerte, sin mirarla ni darle un beso, dejándola ahí con la golondrina muerta, desnuda en la cama, con el eco del portazo en los oídos y mil pesos encima de la mesa. 

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