Para su desgracia, el día de su cumpleaños mucha gente le preguntó por el paradero de su hermano, y a todos respondió con aire ofendido que no tenía la menor idea, porque el ingrato no se había molestado en saludarlo ni contestar el teléfono aquel día ni los nueve anteriores. Lo hizo sin parpadear ni una vez y sin sudar demasiado, reprimiendo el impulso de voltear hacia el jardín, en donde los girasoles plantados hace once días exactos ya empezaban a brotar, y pronto poblarían el lugar para su regocijo y distracción de todos los demás.
Tenía muy claro que nadie iba a entender lo difícil que era tener un hermano gemelo que siempre lo había superado en todo, una versión mejorada de sí mismo que no había dejado de hacerle sentir ningún día de su vida que no era más que la mala copia, el segundo. Lo lógico en ese caso era deshacerse de él, eso quedaba más que claro, pero en un arranque de genialidad había decidido deshacerse de sí mismo, dejar morir a la mala copia y quedarse con la vida del otro, el original. Así que ahí estaba, con un bigote recién estrenado, celebrando su cumpleaños -al fin solamente su cumpleaños- en esa casa perfecta, mirando un poco nerviosamente los girasoles que apenas empezaban a crecer en el jardín.
Tenía muy claro que nadie iba a entender lo difícil que era tener un hermano gemelo que siempre lo había superado en todo, una versión mejorada de sí mismo que no había dejado de hacerle sentir ningún día de su vida que no era más que la mala copia, el segundo. Lo lógico en ese caso era deshacerse de él, eso quedaba más que claro, pero en un arranque de genialidad había decidido deshacerse de sí mismo, dejar morir a la mala copia y quedarse con la vida del otro, el original. Así que ahí estaba, con un bigote recién estrenado, celebrando su cumpleaños -al fin solamente su cumpleaños- en esa casa perfecta, mirando un poco nerviosamente los girasoles que apenas empezaban a crecer en el jardín.
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