sábado, 18 de febrero de 2012

Feliz

Todos lo vieron abrir la puerta de la casa que no era suya con un juego de llaves que no era suyo, adornando el momento con una cortés sonrisa que, como todo lo demás, no era suya.
Unos cuantos se preguntaron si debían llevar a las autoridades o al menos llamar a la puerta para exigir una explicación, pero la verdad es que el engaño había resultado tan lamentable, que todos comprendieron que se trataba del último recurso de un hombre desesperado. Por eso, movidos por la lástima, acudieron en masa a pedirle azúcar, regalarle postres o hablarle del tiempo. Él lo agradecía todo con una sonrisa nerviosa, los ojos brillantes y el pecho lleno de orgullo, y a veces hasta derramaba un par de lágrimas cuando alguien se quedaba a tomar la segunda taza de café.

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