Otra vez el sueño recurrente. La niñita rubia con su vestido de flores, su cara redonda y rosada, su risa como una caricia. Entonces las manos muy blancas y finas la alzaban en el aire, el viento suave agitando los árboles del fondo del patio.
No es que soñara siempre lo mismo, las situaciones o el clima cambiaban, la niñita estaba cada día un poco más alta y a veces eran menos felices, pero él no dejaba de asistir a sus vidas con una mezcla de envidia y euforia, la confusión inicial se había tornado costumbre, y a esas alturas ya no se sentía tan espectador como protector silencioso. Era un paternal, pequeño e inocuo dios sin otro poder que estar ahí para recoger la súplicas, las risas y una que otra puteada matutina.
Parpadeó. Siempre era difícil volver de este lado después de un día con ellas, aferrarse al cepillo de dientes no era suficiente para sentirse real. Contaba los pasos a la oficina, luchando para no volver a su cama, para no hundirse en la otra vida robada, para no volver a lo más cercano a la manoseada-vapuleada-patentada-por-Disney felicidad que él había conocido (había visto) alguna vez.